El cuerpo de la mujer, con su capacidad para la gestación, que da a luz y cría la nueva vida, ha constituido, durante todas las épocas, un territorio de contradicciones: un espacio investido de poder y una vulnerabilidad aguda; una figura maléfica y la encarnación del mal; un cúmulo de ambivalencias, muchas de las cuales han servido para descalificar a las mujeres y apartarlas del acto colectivo de la cultura interpretativa. (Adrienne Rich, 2019 p. 157)
Blanca Kika Martorell
Psicóloga feminista, activista por los derechos sexuales y reproductivo.
En nuestra cultura, la madre representa una figura omnipotente, un rol imprescindible que las mujeres deben desempeñar sin reflexión alguna, sino de manera automática. Históricamente, sobre todo desde la modernidad occidental, ser madre se ha convertido en una obligación, en la función social más importante para las mujeres y muchas veces se vive como un mandato.
La maternidad se ha asociado a la obligatoriedad de la reproducción de la especie humana. Diferentes discursos han fijado la idea en el imaginario colectivo de que el único destino de la mujer es: ser madre, y, sobre todo: buena madre.
Como nos comenta Esther Vivas (2019): “El ideal materno oscila entre la madre sacrificada, al servicio de la familia y las criaturas, y la superwoman, capaz de llegar a todo compaginando trabajo y crianza” (p.8). Sin embargo, cada vez se hace más necesario visibilizar las diversas experiencias de maternidad que existen. Inclusive, la experiencia -la decisión- de no ser madre.
La maternidad implica una responsabilidad colosal por lo que requiere que sea una decisión y no una imposición, ya que cuando se obliga a las mujeres a ser madres en contra de su voluntad, sin tomar en cuenta sus decisiones y sus condiciones de vida trae grave consecuencias, no solamente para ella sino también para la criatura que nace y que finalmente se convierte en un hijx no deseado ni por ella, ni por la sociedad. Tal y como lo dijo Simone de Beauvoir (1947): “la maternidad forzada logra hijos miserables a quienes sus padres serán incapaces de alimentar, y que se convertirán en víctimas de la asistencia pública o en niños mártires” (p.260)
Ser madre es ejercer una responsabilidad vital. Una vez que nace, el/la bebé constituye un cambio vertiginoso en la vida de la madre, también del padre, pero es en ella donde recae la mayor responsabilidad. Así como nos lo recuerda Adrienne Rich (2019) “la especie humana depende del cuidado maternal (o adulto) durante la infancia mucho más que cualquier otra especie animal”. (p.156) Y además deben tener las condiciones necesarias para poder criar con seguridad.
Existe un antes y un después significativo en la vida de una mujer madre, un cambio vertiginoso que ya se había comenzado en el momento en que decidió continuar con el embarazo, pues estar embarazada, conlleva cambios no solo fisiológicos sino psicosociales en los que la mujer debe adaptarse y si su embarazo es decidido, será mucho más llevadero, así como, si la maternidad es decidida será vivida con más satisfacción. En este orden de ideas, Esther Vivas (2019) comenta:
Si llegas a parir, lo que te espera es un ejercicio casi imposible de malabarismos cotidianos para compatibilizar la crianza, la vida personal y el empleo. La conciliación se ha demostrado una farsa, que obliga a subordinar el cuidado de las criaturas a un mercado de trabajo precario, con horarios variables, salarios bajos y jornadas interminables, donde las mujeres, además, nos encontramos en inferioridad de condiciones respecto a los hombres.(p.13)
Esta dependencia durará muchos años. Y para ello, es importante estar preparada psicológica y materialmente. Aunque, ciertamente nunca se está preparada del todo, es necesario e imprescindible contar con las condiciones materiales de existencia para sostener esa vida, tener las ganas, la disposición psicoemocional para ser madre y contar con el apoyo y acompañamiento del padre de la criatura, la familia, la sociedad.
Con respecto a lo anterior, la autora plantea que es necesario reivindicar la maternidad como responsabilidad colectiva, es decir, una colectividad presente que apoye y acompañe la crianza. El ejercicio de la maternidad, no debería significar criar a solas, encerrarse en la casa, renunciar a otros ámbitos de la vida. Las madres son también mujeres y pueden tener proyectos de vida, metas, sueños simultáneos al ejercicio de la maternidad.
Por ello, es necesario colocar los cuidados en el centro, promover su importancia, que se valore, hacerlos visibles y que se señale que son responsabilidad de todxs, con la implicación y la protección del Estado. Cuidar y ser cuidado es un derecho y un deber en la sociedad.
En otro orden de ideas, Esther Vivas nos invita a reflexionar sobre el mandato de escoger entre una maternidad patriarcal, sacrificada, o una maternidad neoliberal que esté subordinada al mercado. Son muchos los mandatos sociales para ser madre que finalmente agobian a la mujer, la dejan exhausta y la colocan en una situación angustiante para cumplir con el ideal de la buena madre.
Las prácticas en torno a las maternidades demuestran que existen diversas formas de ser madre, que su ejercicio no es homogéneo y que también existen quienes no desean tener hijxs.
La maternidad no es una experiencia única. Por ende, es necesario hablar de maternidades, en plural, para dar cuenta de la diversidad de experiencias maternas como madres existen en el mundo.
Ninguna maternidad es –ni debe serlo- igual a otra, ni siquiera cuando una madre tiene varios hijxs su experiencia es la misma, por ello, no se debe esencializar la maternidad, sino más bien de repensar/nos cómo se quiere vivir esa experiencia, pues no existen patrones universales.
Además, es ineludible plantear que la maternidad no solo es llevada o ejercida por mujeres heterosexuales, sino también por mujeres lesbianas, la orientación sexual de una mujer no impide el ejercicio de la maternidad. Son muchas las mujeres lesbianas que quieren ser madres y en países como el nuestro existen leyes restrictivas y una moral conservadora que no lo permite.
Así como el Estado venezolano no protege a las madres, pues no existen políticas públicas sobre el cuidado, la constante violación de derechos humanos, la precariedad salarial, la ineficacia y prácticamente inexistencia de los servicios públicos hacen que la experiencia maternal sea cuesta vida, y ante una feminización de la crianza como ocurre en Venezuela, donde existe una ausencia paterna y nadie, ninguna ley penaliza a los padres que abandonan o mejor dicho, no se penaliza a los hombre que no ejercen su paternidad, es decir no se hacen responsables de la crianza.
Sin embargo, vivimos en un país que señala y juzga a las madres que se salen del estereotipo de la madre perfecta o buena madre, y en peor medida, criminaliza a las mujeres que no desean ser madres o que quieren escoger cuántxs hijxs tener y en qué momento; al poseer un marco legal restrictivo anacrónico e inconstitucional como el Código Penal que condena el aborto voluntario, cuando las condiciones de ilegalidad y de penalización traen severas consecuencias en la salud de las mujeres ocasionándoles la muertos por abortos inseguros, y en el “mejor de los casos” dejándole secuelas graves en la salud como la infertilidad y la histerectomía, ente otros.
Por tales razones, se hace imprescindible luchar por alcanzar el derecho de las mujeres venezolanas a decidir sobre su cuerpo y a decidir si ser madre y contar con el acompañamiento para llevar a cabo la maternidad.
Seré #MadreSiYoDecido #AbortoLegalYaVzla
Bibliografía consultada
Rich, A (2019) Nacemos de mujer. La maternidad como experiencia e institución. Editorial Traficantes de sueños. España.
Vivas, E (2019) Mamá desobediente. Una mirada feminista a la maternidad. 2da Edición. Capitán Swing. España.
De Beauvoir, S (1947) El Segundo Sexo. Ediciones Siglo veinte. Argentina.